María en la vida de la Iglesia y en la vida de los jóvenes.
enero 18, 2021
Iglesia Doméstica donde se vive la fe y el compromiso
MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
Después de haber hablado
del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene
considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. «Se la reconoce y se la
venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor [...] más aún, "es
verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor
a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza" (LG 53;
cf. San Agustín, De sancta virginitate 6, 6)"».
"María [...], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares al concluir la
tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de noviembre de 1964).
I. La maternidad de María respecto de la
Iglesia
Totalmente unida a su Hijo...
El papel de María con
relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva
directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la
salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta
su muerte" (LG 57).
Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
«La Bienaventurada Virgen avanzó
en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la
cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su
Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba
amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella
había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como
madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,
26-27)» (LG 58).
Después de la Ascensión de su
Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus
oraciones" (LG 69).
Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus
oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su
sombra" (LG 59).
También en su Asunción ...
"Finalmente, la Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el
curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del
cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la
muerte" (LG 59;
cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950:
DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación
singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de
los demás cristianos:
«En el parto te conservaste
Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste
la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión
salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la
Bienaventurada Virgen María).
... ella es nuestra Madre en
el orden de la gracia
Por su total adhesión a la
voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu
Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad.
Por eso es "miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia"
(LG 53),
incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (LG 63).
Pero su papel con relación
a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera
totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza
y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta
razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
"Esta maternidad de
María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento
que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la
cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En
efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que
continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación
eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
"La misión maternal de
María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única
mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el
influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres [...] brota de la
sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende
totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).
"Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo
encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de
diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única
bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así
también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas
una colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
II. El culto a la Santísima Virgen
"Todas las generaciones
me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La
piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del
culto cristiano" (MC 56).
La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial.
Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen
con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los
fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...]
aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que
se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo
favorece muy poderosamente" (LG 66);
encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios
(cf. SC 103)
y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el
Evangelio" (MC 42).
III. María icono escatológico de la
Iglesia
Después de haber
hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede
concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que
es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo
que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la
Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los
santos" (LG 69),
aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia
Madre:
«Entre tanto, la Madre de Jesús,
glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la
Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo,
hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha,
como señal de esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).
Al pronunciar
el Fiat de la Anunciación y al dar su consentimiento al
misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a
cabo su Hijo. Ella es madre allí donde Él es Salvador y Cabeza del Cuerpo
místico.
La Santísima Virgen
María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la
gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de
su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su cuerpo.
"Creemos que la Santísima
Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando
su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo
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